Hacen falta sueños para aferrarse a la realidad, decía Arjona. El sueño de Ana Celia acababa de aterrizar en Madrid Barajas aquel sábado 27 de noviembre de 2021. Tras más de tres años, volvían a abrazar a su hijo. La familia volvía a estar al completo. Era momento, por fin, de dejar atrás la pesadilla. Nuestra ONG ADAPA había dado el último empujón a ese sueño, con un préstamo solidario que irán devolviendo muy poco a poco para hacer realidad otros proyectos solidarios. Pero en pocas horas se iban a truncar los sueños de otra familia, ahora muy querida, entonces desconocida para nosotros.
Apenas unas horas después de aquel soñado aterrizaje en Madrid, el sueño de aquel hogar para los Guarnieri, volaba para no regresar. Ese domingo 28, Noe y Emi vieron humo a lo lejos desde su casa de Maro. Llamaron a sus vecinos para interesarse. No parecía que les pudiera afectar, dada la lejanía del foco. Pero un cambio repentino de viento hizo que el fuego se plantara en pocos minutos en su casa soñada, destruyéndolo todo. Tuvieron que huir a toda prisa, y sólo pudieron llevarse la documentación básica y los abrigos. No les dio tiempo ni a coger ropa interior. Al menos no hubo daños personales.
Nosotros nos enteramos el lunes al mediodía. Carmen, una voluntaria de ADAPA, es profesora en el colegio de los hijos de los Guarnieri, y le había dado clase a la hija pequeña el curso anterior. Nos envió un audio que aún me eriza la piel al escucharlo. Pedía ropa y material de aseo básico para ellos. Y aportaba sus nombres, edad, y tallas: Eywa 6-7 años y de pie 30; Dhara 13 años, pie 37-38 talla 36, XS o S; Diego 17 años, pie 43, talla L o Xl; Noe pie 38 y talla M; Emi, pie 42.5 y talla M. En pocas horas recogimos decenas de prendas que clasificamos y rápidamente les entregamos. La ayuda de emergencia estaba prestada. Pero, ¿y ahora? Durante casi tres años, habían estado construyendo su sueño de vivir en una pequeña casa de madera. Allí habían recalado tras recorrer medio mundo con sus tres hijos. Como maestros artesanos, trabajaban el macramé con piedras, y complementaban sus ingresos con lo que la tierra que cultivaban les daba. Hasta aquel domingo, en que todo se esfumó. Todo.
Noe y Emi sufrieron la pesadilla que cualquier familia desearía no tener que experimentar nunca. Perderlo todo. Verse con lo puesto, en la calle y con tres hijos mirándote y preguntándose cuál es el plan B. Por eso tuvimos claro que no bastaba con la ayuda de emergencia de aquellas prendas de vestir. Que había que ir más allá. Yo ya había coordinado varias campañas de crowdfunding, y sabía que para lograr la complicidad de decenas o centenares de personas para que te apoyen económicamente con su pequeños «grano de arena», es crucial una narración que te haga sentirte cómplice de esa historia real. Algo que te remueva tanto por dentro, que te haga saltar del sofá, y comprometerte con ese trance en el que nunca querrías verte ni ver a los tuyos, y que precisamente por eso, merecería toda tu solidaridad y respaldo. Por eso sabíamos que el drama de los Guarnieri conseguiría los fondos necesarios para reconstruir la casa. Visualizábamos cada paso que había que dar. Cada hito de la campaña. Cada mensaje a compartir en la redes sociales, en los mensajes de whatsapp, en las conversaciones con la prensa. Probablemente ese sea un don: soñar despierto. Y cuando ves tan claros y tan nítidos tus sueños, crees tanto en ellos, que los acabas haciendo realidad. Nuestros dones están para darlos. Para eso estamos. Y por eso tuvimos claro que nada ni nadie podría impedir que aquel hogar se acabase reconstruyendo. Y que lo iban a hacer con nuestra ayuda. Con la de Pako, con la de Meme y con toda ADAPA «en zafarrancho de combate». Igual que había sucedido sin fisuras pocos días antes, con aquel préstamos solidario a Ana Celia. Aunque en esta ocasión, el reto de la logística era mucho mayor. Había que movilizar a mucha gente, hablar con la prensa, aparecer en la tele, coordinar muchos detalles. Pero eso no deja de ser la letra pequeña de los sueños.
¿Que si conocíamos a Noe y Emi? No. Para nada. De hecho el pasado sábado, cuatro meses después de la tragedia, los pudimos abrazar en persona por primera vez, y tener una conversación «cara a cara». Compartimos merienda para celebrar que la casa ya está casi acabada. Que aquel 28 de noviembre fue tan sólo un traspiés. Y de paso, para consagrarnos en un esfuerzo común: el de lanzar un mensaje nítido que debería resonar hoy más que nunca en todos los rincones del planeta: que PARA ESO ESTAMOS. Para echarnos una mano los unos a los otros, cuando la vida nos da un zarpazo. Y que no hay distancia, miedo o narrativa que pueda superar la determinación de un ser humano cuando quiere «hacer piña» con otro, aunque ni siquiera lo conozca personalmente.
A veces puede pensarse que sólo nos movilizamos por egoísmo, por interés. Sólo para favorecer a nuestra familia o a nuestros amigos más cercanos. Y se nos olvida que todos somos UNO. Que lo que das, sea bueno o malo, te acaba volviendo. Y que nunca, como ahora, ha sido tan necesario poner en el centro la relación, la conexión y el vínculo entre los seres humanos. Por eso casi doscientas personas respaldaron el proyecto. Algunos con 4 ó 5 euros, y otros con 1.000, nada más y nada menos. Esas personas, cada vez que compartimos fotos de los progresos de la casa de madera que los Guarnieri están construyendo con los fondos recaudados, alucinan. Sienten que ha valido la pena. Que son parte de un sueño. Y que sí que se puede. Por supuesto que se puede. Por mucho que la tele y los telediarios intenten hacernos caer en la desesperación de pensar que «esto no hay quien lo arregle».
Cuando ayer fuimos a visitar a Noe, a Emi, y a sus tres hijos, yo iba algo nervioso. Tenía que pedirles que me dejaran contar su historia para lanzar al mundo este mensaje de esperanza y solidaridad. Y aquí lo estoy haciendo. Pero tenía que pedirles otra cosa mucho más difícil. Algo para lo que no todos estamos preparados. Pero es algo que también nos exigen los tiempos que corren. Llevaba meses dándole vueltas y, tras compartirlo con Mey, con Pako y con Meme, decidimos proponérselo. Pero debía ser en persona. Y por eso tuvo que esperar hasta esta semana.
Cuando la vida te maltrata, el dolor puede ser tan intenso que puedes acabar encerrándote en ti mismo. Te duele tanto, que resulta insoportable la injusticia de lo que te ha pasado. Puedes caer en el profundo pozo sin fondo del victimismo. Y te puedes volver exigente, incluso con quienes te tienden la mano para salir a flote. Y en vez de gratitud y alegría, surge la exigencia, la culpabilización de todos y el reproche por doquier, como forma inconsciente de compensar, de algún modo, el amargo trago que te ha tocado vivir. Por eso, para ayudar a esas personas, no basta sólo con dar ropa, dinero o comida, restableciendo el equilibrio tras ese zarpazo de la vida. Eso quizás pueda sólo acallar nuestra conciencia. Hay que ayudarles a sanar. Hay que dar un segundo paso. Y esas personas deben pasar de recibir a dar. De exigir a agradecer. De la posición pasiva y receptora de ayuda, a la posición activa y generadora de cambio para otros. El primer paso es muy claro. No se trata de dar peces a quienes tienen hambre, sino de facilitarles la caña para que puedan seguir pescando. Pero, ¿sólo eso? ¿Y si además de darles la caña, les pidiéramos que le enseñasen a pescar a otro que también pasa hambre? ¿O que compartan su pesca con quien lo ha perdido todo? ¿Y si tras superar su trance, se convierten en sanadores de otros? ¡Ahí sí que se produce el cierre del círculo! Porque ya no se trata sólo de conseguir una cantidad concreta de euros para reconstruir una casa. No es el dinero o el presupuesto el centro de todo. El centro es la relación, el equilibrio, el sentirnos parte de un todo, y comprometernos con ese «todo», nos toque estar arriba o abajo, dando o recibiendo. Y eso te lleva a corresponsabilizarte. A devolver lo que has recibido dando a otros. A no mirar sólo tu ombligo, sino a preocuparte por el de los demás.
Por eso estaba nervioso cuando tras la merienda del sábado acabé de explicar todo esto a los Guarnieri en nuestro primer encuentro en persona. Porque no todo el mundo entiende esto. No todo el mundo está preparado para algo así. Y no es fácil pedir a alguien que ha sufrido un drama, que ayude ahora a otros a sanar el suyo. No es fácil pedir que cuando aún quedan flecos para ese hogar, compartas parte de la generosidad que se ha derramado contigo, con otros que ahora también lo necesitan. Pero la conversación previa ya me había dado pistas de que no sólo lo iban a entender, sino que coincidirían al 100% con esa filosofía de vida.
Justo con ese enfoque, ya nos habían adelantado que no hacía falta «pulirse» todo lo recaudado, sin necesidad. Que hay cosas y decisiones que aunque tengas dinero, no tiene sentido comprar o decidir. Que hay materiales que se podían utilizar de reciclaje. Y que hay alternativas de construcción baratas o incluso sin coste, que ya estaban probando y empleando, por ejemplo en el techo, o como segunda capa para las paredes. Simple coherencia personal, que conecta a las mil maravillas con el cambio y la responsabilidad que requieren estos tiempos.
También Emi nos ponía un ejemplo extremadamente revelador, de algo que les había sucedido en estos meses. Una vez conseguidos los fondos, hubo gente en el pueblo que quiso organizar una fiesta para seguir recaudando fondos para ellos. Pero ellos amablemente rehusaron el ofrecimiento ante la cascada de generosidad ya recibida, con la idea de que esa iniciativa fluyera hacia otros. Y así, otras personas plantearon financiar otro proyecto similar al suyo, y una ayuda de emergencia para Ucrania. Pero a alguien no le pareció bien lo de compartir la generosidad, y la fiesta se acabó frustrando. Cosas de las energías, cuando se les ponen cortapisas o interfieren los egoísmos.
Nuestra voluntad, nuestros actos, son todo un torrente de energía. Y esa energía debe fluir. Y tenemos la enorme responsabilidad de convertirnos en conductores de dicha energía para que pueda llegar al máximo número de seres, porque todos somos UNO. Eso lo ves muy claro cuando ves juntos ahora a los dos hijos de Ana Celia tras esos tres amargos años de separación. O en una campaña como la desplegada para los Guarnieri. Cada donante actúa por un motivo: porque se acuerda que alguien conocido vivió algo similar; porque no desearía que nunca le pasara nada así a los suyos; por fe; por puro amor incondicional; porque no creen que su dinero o sus bienes sean realmente suyos… Hay tantos motivos como personas. Y esa motivación, esa energía, es sagrada. Nadie debe corromperla. Sólo estamos llamados a darle curso, a que no se estanque, y a que siga creciendo y fluyendo sin parar. Y cuando llega a su destino, esa energía construye, solventa y apacigua los dramas que motivaron ese despliegue de energía. Pero esa energía no desaparece, no se destruye. Noe lo explicaba genial en esa merienda: haber recibido esa generosidad genera en ti una responsabilidad enorme. Por eso recibir es más difícil que dar. Y yo le decía que vivirlo así es maravilloso. No sólo porque evidencia una consciencia equilibrada y generosa, sino porque esa gratitud es siempre el germen de nuevos milagros, y de que esa energía siga fluyendo más y más, y vaya consiguiendo hacer realidad más y más sueños. Por eso no podemos evitar ser extremadamente optimistas sobre nuestra capacidad para impulsar un mundo diferente para vivir. Y también para ser los verdaderos protagonistas de nuestra realidad, por mucho que haya quienes intentan imponernos la suya. A fin de cuentas, «incluso la gente que piensa que no se puede hacer nada para cambiar nuestro destino, mira antes de cruzar la calle», decía Stephen Hawking. Ojalá seamos muchos los comprometidos con nuestros sueños y con ser artífices de ese destino. Que así sea.
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